Vistas hoy día por espectadores occidentales, las películas de Seijun Suzuki son el equivalente de un "plato picante", con sus pistoleros silbadores y sus asesinos a sueldo adictos al olor del arroz hervido. Pero más allá de esas excentricidades, este cine se inscribe en un contexto extremadamente complejo como era el Japón de los años sesenta.
A raíz del ciclo que el pasado mes de julio la asociación de cine Vértigo dedicó a Suzuki en la capital grancanaria, y tras quedarnos sorprendidos con la audacia de sus propuestas, hemos querido en La Linterna Mágica plantear una introducción a otros directores japoneses de serie B. Y entiéndase eso de serie B como un término occidental insuficiente para describir la realidad de la industria cinematográfica del país asiático, pero que traslada las ideas de escasez de presupuesto y encorsetamiento en géneros que luego los directores más creativos se encargaban de "dinamitar". En otras palabras, hemos querido buscar a otros equivalentes nipones de Samuel Fuller.
Imagen de 'Branded To Kill' |
Para ello contamos con Luis Miranda, coordinador del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, quien planteó la necesidad de conocer determinados aspectos de la cultura japonesa. Sólo así podemos comprender la esencia del género yakuza que Suzuki se dedicó a subvertir sin piedad. Este tipo de películas se caracterizan, según explicó Miranda, por un trasfondo "melancólico" al recurrir a estereotipos "que tienen que ver con la pérdida del Japón de siempre". Suelen estar protagonizadas por un yakuza expulsado de su grupo, que al final vuelve para demostrar su sentido del honor. Más o menos eso es lo que ocurre en Tokyo Drifter (1966) de Suzuki, sólo que ahí se intercalan escenas que parecen sacadas de un western o de un musical.
Por otra parte, en la sociedad japonesa se permiten ciertas "válvulas de escape" a la presión social entre las que puede incluirse el séptimo arte, y está "muy clara la diferencia entre realidad y representación". Esto implica que en el cine se vayan incrementando hasta niveles insospechados las dosis de violencia y de sexo, lo cual resulta aceptable siempre y cuando lo que se muestra esté "convenientemente teatralizado".
A la misma altura que Suzuki podemos situar a Yasuzo Masumura, "un cineasta muy dotado" y que abordaba con sentido artístico "situaciones muy escabrosas", pero que por ejemplo en Manji (1964) impresiona "por cómo compone las escenas, con ese talento tan japonés para la construcción del espacio". Y eso hace que una película sobre relaciones lésbicas que por su temática bordea el exploitation, se nos presente en cambio como una obra "que por momentos recuerda al Wong Kar-Wai de In The Mood For Love o 2046". Masumura es sin duda un cineasta pendiente de recibir en España el reconocimiento que se merece, aunque iniciativas como el ciclo del año pasado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid apuntan en ese sentido.
Claro que si lo que se buscan son emociones fuertes un tercer nombre a tener en cuenta es el de Koji Wakamatsu, autor de "películas políticas construidas con fantasías de violación" como Ecstasy Of The Angels (1972). Wakamatsu es representante del más estricto underground de extrema izquierda que quería "volar por los aires" todo el sistema de distribución de películas y el propio status quo político de Japón, sustentado en torno al "pacto de silencio" que mantenía al Emperador como cabeza visible del Gobierno tras la derrota de la II Guerra Mundial.
Miembros de esta tendencia izquierdista apoyaron de hecho a Suzuki cuando fue despedido por los estudios Nikkatsu dada la supuesta incoherencia de su clásico Branded To Kill (1967). Quedaron patentes entonces las simpatías y relaciones que unían a los miembros de esta generación al margen de los derroteros de cada uno. Por cierto que pasarían bastantes años antes de que Suzuki expiase sus pecados contra la ortodoxia y pudiera volver al cine, pero como suele decirse, esa es otra historia...
Para escuchar la intervención entera de Luis Miranda, accede a la entrada dedicada a la edición #42 de La Linterna Mágica
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