Lars Von Trier pide demasiado. A sus espectadores, y a la humanidad entera. Su última película, Melancolía, puede interpretarse como la enésima boutade de un provocador que, recubriéndose de un barniz intelectual, gusta de convertir la experiencia de ver cine en una tortura psicológica. Motivos hay de sobra para mantener dicha percepción, empezando por las declaraciones del propio Lars Von Trier en Cannes confesándose simpatizador del nazismo.
'Melancolía' |
"Entiendo a Hitler... me identifico con él un poco", dijo. ¿Quién puede tomar en serio a alguien así? Ahora bien, condenemos las barrabasadas de Lars Von Trier el personaje público, pero separémoslas de su obra como director. O a lo mejor no. Puede que lo que haya es que buscar en Melancolía las razones que le llevaron a hacer esa afirmación, que sigue siendo rechazable en cualquier caso pero acaba resultando menos gratuita de lo que parece.
Si Lars Von Trier entiende a Hitler (o lo entendía antes de rectificar a regañadientes), quizá sea por que comparte con él un sueño, el de la destrucción a gran escala, ya sea de la raza judía o de la humanidad en su conjunto. La Solución Final de los nazis, el planeta Melancolía que viene a estrellarse contra la Tierra. Tanto monta...
Pero, pero, pero. Las motivaciones de ambos son radicalmente distintas: la de Hitler era el odio, la de nuestro amigo danés, ¿cuál? Lo que uno deduce después de darle muchas vueltas, y a riesgo de equivocarse, es que la concepción de la religión en Lars Von Trier está ligada a una autoexigencia que fija unos patrones de moralidad inalcanzables para la mayor parte de personas. Dichos patrones son tan sumamente rígidos, que prácticamente hay que convertirse en un mártir para estar a la altura.
Antes, en Rompiendo las olas (1996) y Bailando en la oscuridad (2000), Lars Von Trier parecía creer que un sacrificio individual podía redimir a la humanidad. Hoy día el mundo es quince años más cruel, y eso no basta. Ya en Dogville (2003) se planteaba la posibilidad de que llegados a cierto punto en la escala de maldad que somos capaces de alcanzar, más vale que venga el dios vengador del Antiguo Testamento y acabe con todo. Porque el perdón supondría más que nada una afrenta.
El microcosmos que era el pueblo de Dogville tiene su reflejo en los invitados a la boda de Justine en Melancolía, que en su mayoría no son mucho mejores. De ahí que Lars Von Trier opte por la destrucción como única salida: es un mensaje desagradable, pero honesto. Y quién sabe, aquí en la vida real a lo mejor todavía estamos a tiempo de enmendarnos antes de que sea demasiado tarde.
Podemos discutir qué lugar ocupa Melancolía en la filmografía de Von Trier (yo por ejemplo no la podría entre mis favoritas), e incluso habrá quien piense que es un coñazo (el imitador de Muchachada Nui dixit). Lo que está fuera de toda duda es la capacidad de este director para generar debate.
Hoy en La Linterna Mágica tuvimos la suerte de contar con el crítico Aarón Rodríguez (quien en su blog ha escrito varios artículos sobre esta película), y quedaron apuntados muchísimos temas para una futura discusión. El uso de la música de Wagner. Las imágenes del prólogo. La influencia en Melancolía, no sólo de Andrei Tarkovski como punto de referencia principal, sino también del Hitchock de Vértigo (1958) y el Resnais de El último año en Marienbad (1961). La relación con la anterior película de Von Trier, Anticristo (2009), y la reinterpretación de pasajes bíblicos. El mensaje oculto de la escena en que Justine recoloca los libros de arte en la biblioteca. Las ambiguas facetas de ese personaje interpretado por Kirsten Dunst: moderna Ofelia, visionaria y fuerza de atracción que desencadena subconscientemente la catástrofe (¿hay acaso un eco de Planeta Prohibido de 1956?). Y por último, la función que Melancolía ejerce como reverso oscuro de El árbol de la vida de Malick. Hay que ver, lo que da de sí el neonazi este.
Escucha la edición #47 de La Linterna Mágica, con la intervención de Aarón Rodríguez
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