"El resto está claro: ¡lo pierdo todo si no tengo un hijo!"
Orlando (Sally Potter, 1992)
Por Ayoze García
"El cambio, la superación de la idea de uno mismo que ha sido creada por la sociedad, es uno de mis intereses principales desde Orlando". Esta afirmación, hecha por Tilda Swinton tras el estreno de I Am Love (Luca Guadagnino, 2009), demuestra que la propia actriz tiene claro que su interpretación en la adaptación de la novela de Virginia Woolf marcó un punto de inflexión en su carrera a comienzos de los noventa.
No solo fue Orlando la primera película importante de Swinton al margen de sus colaboraciones con el director Derek Jarman (a punto de fallecer de sida por aquel entonces), sino que se trata prácticamente de su papel arquetípico, en tanto que saca el máximo partido a su reconocida fascinación con la androginia. Por algo un pretendiente de Lady Orlando le recrimina “su ambigua sexualidad, que yo estoy dispuesto a tolerar”.
La Tilda Swinton que a menudo aparece en público con el pelo corto, sin maquillaje y vistiendo indumentaria cuasi masculina, poco tiene que ver en principio con los personajes de muchas de sus películas, y del mismo modo podríamos pensar que Orlando no encaja en este análisis que estamos haciendo del concepto swintoniano de la maternidad. Sin embargo, la transformación corporal que sufre Orlando es la plasmación más evidente de los procesos de cambio que a esta actriz le gusta exteriorizar en sus interpretaciones. Y, por cierto, ¿acaso no siente también cualquier madre cómo su cuerpo se va alterando de manera radical?
A Orlando se le otorga el gran don de poder vivir el abanico completo de experiencias del ser humano, entre las que no podía faltar la maternidad. La sociedad exige que tenga un hijo varón por cuestiones sucesorias, pero en la última sección de la película (titulada "Nacimiento") da a luz a una niña, lo cual probablemente supone un acto de rebeldía más por su parte.
Cabe preguntarse, eso sí, qué clase de cualidades maternales puede albergar un ser como Orlando. Otro personaje un tanto enigmático (aunque menos extraordinario) es el que interpreta Swinton en Young Adam (David Mackenzie, 2003). No encontramos en este film una excesiva profundidad psicológica, ni siquiera en la caracterización del protagonista, un escritor frustrado/marinero de barcaza al que da vida Ewan McGregor.
Tilda Swinton es la dueña de la barcaza en cuestión (clavada a la de L'Atalante, dicho sea de paso), y ese no tiene pinta de ser el lugar ideal para criar a su hijo. Más allá de dicha peculiaridad, la madre de Young Adam es una madre como cualquier otra, al menos hasta que entra en escena la infidelidad.
Lo mismo ocurre en I Am Love: y es a sus hijos, en vez de a sus maridos, a quienes estas mujeres temen herir con su comportamiento. De una madre se espera que sea un referente de estabilidad para quienes la rodean, mientras que el amor prohibido viene a romper ese equilibrio (o estancamiento, según se mire) introduciendo, una vez más, el cambio.
I Am Love es un film con unas ambiciones casi insultantes, aunque a mi juicio justificadas, que no escatima en referencias a El Gatopardo (1963) de Luchino Visconti: los planos iniciales son un claro homenaje, hay un Tancredi (nombre del personaje de Alain Delon) y hasta aparece Marisa Berenson, actriz que trabajó con Visconti en Muerte en Venecia (1971).
Yendo más lejos, ambas películas ponen en su centro a un actor extranjero, y si Burt Lancaster dio una de sus mejores interpretaciones en El Gatopardo, Swinton no se queda atrás, e incluso aprendió a hablar italiano con acento ruso para el rodaje.
Encontramos bastantes similitudes entre estos dos personajes, a pesar de que I Am Love rezuma vitalidad donde El Gatopardo era decadente. El aristocrático patriarca de la película de Visconti, la inmigrante rusa que se casa con un rico empresario italiano y le da tres hijos: ambos tienen la misma edad más o menos, gozan de un elevado estatus social y se enfrentan a un dilema sentimental parecido. ¡Pero qué distintos son sus destinos!
Basta con recordar la frase más memorable de El Gatopardo ("todo debe cambiar para que todo quede como está") y compararla con el lema promocional de I Am Love ("todo cambiará para siempre"). La diferencia es obvia, ¿no?
Tilda Swinton, matriarcado disfuncional (I): Las no-madres
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