No se me ocurre muy bien cómo empezar esta primera crónica sobre el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, así que hablaré de las golondrinas. Las artificiales que sobrevuelan el Gabinete Literario, sede oficial del festival, y las que aparecen en Hanezu de Naomi Kawase. Golondrinas por aquí, golondrinas por allá, menos mal que esa película va fuera de concurso, que si no resultaría bastante sospechosa la coincidencia...
Bromas aparte, me temo que no voy a transmitir mucho entusiasmo al exponer mis impresiones sobre las dos películas que he visto este viernes: tanto la de Kawase como Ensueño del grancanario Amaury Santana encajan perfectamente en la línea del festival y presentan puntos de interés, pero presiento que no acabarán entre mis favoritas cuando haga balance.
Empezando por Ensueño, conviene explicar que se trata de un largometraje documental rodado en La Gomera. Cito textualmente del catálogo: "Un grupo de personas viajan a una isla para desarrollar un trabajo de crecimiento personal. Guiados por el sanador Cristóbal Moya, el grupo irá recorriendo distintas partes de la isla en donde irán tomando conciencia de sí mismos y de su relación con la naturaleza".
En el plano del contenido, Ensueño es exactamente eso, y por lo tanto la respuesta del espectador irá en consonancia con la opinión que le merezcan este tipo de prácticas y el discurso filosófico (o como se quiera llamar) que las sustenta. Un problema añadido es que las palabras del sanador y terapeuta, aunque bienintencionadas y con convicción, no supondrán una revelación para la mayoría y lastran el ritmo del documental. Uno casi siente la tentación de recuperar el título de un vídeo anterior de Amaury, Y entonces el hombre habló, y añadir: Y entonces el hombre habló... demasiado.
Ahora bien, todo esto no impide proclamar que Ensueño es por momentos el trabajo más arriesgado y brillante de Amaury hasta la fecha. Cuando la gente comenta que este joven director grancanario tiene una forma especial de mirar, no exagera, y aquí lo demuestra una vez más en escenas tan destacables como la del primer viaje en barco, la del juego de las sombras o aquella en la que su cámara divaga entre las ramas de un bosque, primero a toda velocidad y luego desenfocada. Otro de los aciertos es el uso de la música, que elude los estereotipos de la New Age. Y puesto que Amaury comentó durante la presentación que su experiencia con este grupo de personas le ha inspirado en términos creativos, habría que concluir que eso del crecimiento personal estará muy bien pero que lo que cuenta aquí es el crecimiento que se percibe en el propio cineasta.
'Hanezu' |
También curtida en el ámbito de los documentales, la japonesa Naomi Kawase figura entre los pesos pesados de la Sección Informativa de este año en el Festival de Cine de LPGC, con su obra de ficción Hanezu que resulta, como mínimo, difícil de interpretar. Dado que este ha sido además mi primer acercamiento a la filmografía de Kawase voy a darle el beneficio de la duda, porque en apariencia esta película pone sobre la mesa demasiados temas que no logra rematar satisfactoriamente.
Como quien no quiere la cosa, al triángulo amoroso que compone el núcleo argumental hay que sumarle el paralelismo que se establece entre los personajes y tres montañas famosas en la mitología japonesa. Y no olvidemos que Naomi Kawase vive y rueda en la zona de Nara, cuna cultural del país. Ese escenario no sólo le permite mostrar unos paisajes espectaculares, sino que propicia una reflexión más o menos velada sobre el carácter cíclico de la historia y el papel de los ancestros en nuestras vidas. Por cierto que ese último no es un asunto baladí, ya que supone un ejercicio de humildad plantearnos que cada ser humano debe su existencia a las innumerables generaciones que le precedieron.
Algo de eso se apunta en el desarrollo de Hanezu, que unos considerarán abstruso y a otros parecerá un ejemplo de sutileza oriental. Desconcierta en cualquier caso comprobar que mientras algunas señales se interpretan con facilidad (la premonición de la ropa teñida de rojo, el nido de pájaros como símbolo de que uno de los protagonistas masculinos ansía la paternidad) hay muchas que quedan lost in translation. Y tampoco ayuda el cambio de tono en los minutos finales, cuando a raíz de una escena de enfrentamiento bajo la lluvia que recuerda a La hierba errante de Ozu los acontecimientos se suceden en una progresión prácticamente arbitraria.
Eso sí, no pasa nada, el festival sigue, esto acaba de empezar, the show must go on y demás clichés. ¡Así que adelante!
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