Mi momento herzogiano preferido aparece en Corazón de cristal, de 1976: dentro de una taberna abarrotada, la tonta del pueblo sujeta un pato; de repente, una mano de propiedad desconocida aparece a un lado de la pantalla, se posa en la cabeza de la chica y la hace girar cual figurín de una caja de música. ¿Qué sentido tiene? ¡Quién sabe! Ese es el tipo de enigmas que hace tan especial el cine del alemán Werner Herzog.
Este sábado terminé mi experiencia festivalera viendo los cuatro capítulos de Death Row, serie documental en la que el director de El hombre oso entrevista a presos en el corredor de la muerte. Otra película suya de temática similar, Into The Abyss, estaba presente también en la programación del Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, y de hecho en esta última jornada cabía la posibilidad de pegarnos un maratón carcelario porque se proyectaba justo antes que Death Row.
En vez de eso me decanté por Cisne, último trabajo de la arriesgada realizadora portuguesa Teresa Villaverde, incluido en la Sección Informativa al igual que los documentales de Herzog. Tengo la impresión de que al público Cisne le decepcionó, y yo tampoco fui capaz de conectar con la angustia de sus personajes, aunque vamos a dejarlo en que a estas alturas de festival la disposición de uno para digerir según qué propuestas no es la misma que hace unos días.
Habría que estar mucho peor, no obstante, para quedar impasible ante el desfile de crímenes absurdos y confesiones viscerales que Werner Herzog nos presenta en Death Row.
'Death Row' |
El director deja claro a uno de estos presos que él no está de acuerdo con la pena de muerte, pero que tampoco pretende ayudarle a demostrar su inocencia. Según se especifica en los títulos de créditos, cada capítulo es un retrato, y Herzog pone el énfasis en desnudar ante la cámara los sentimientos, los sueños y los remordimientos del condenado.
Eso da pie a varios momentos tan gloriosamente absurdos como el que mencionaba al principio, por ejemplo cuando un asesino en serie y pirómano cuenta como si nada que su plato favorito es la carne a la parrilla. Solo en el último capítulo, dedicado a una mujer llamada Linda Carty, se deja llevar Werner Herzog hacia el formato más televisivo de reconstrucción del crimen. También hay que admitir que ese es un caso de película en el que no se sabe si a Linda Carty la involucraron en un asesinato por trabajar para una agencia antidroga o si lo orquestó todo ella para robarle el bebé a unos vecinos.
Con esa incógnita concluyó esta decimotercera edición del Festival de Cine de LPGC. Del palmarés me había enterado por la mañana, y pese a que no lo comparto al 100% (sigo pensando que Tabú es bastante mejor que The Loneniest Planet), no encuentro demasiados motivos de queja.
Este año, qué se le va a hacer, me he quedado con las ganas de ver My Joy de Sergei Loznitsa y alguna más de Bernard Émond, mientras que mis películas favoritas han sido Tabú, This Is Not A Film y las del ciclo de Film Comment. A propósito, el viernes vi por tercera vez Autopista alfastada en dos direcciones. ¿Recuerdan como acaba? Arde el celuloide. Se encienden las luces. ¡Y hasta el próximo año!
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